
Tumbado en un callejón, el hombre yacía en un piso mugriento, un piso que no conocía la lluvia. Tenía una botella en la mano, vacía, pero su etiqueta demostraba que había retenido whiskey en su momento.
Miraba al vacío de la noche. Nadie lo conocía, ni él se reconocía.
Esperaba algo, tal vez el abrazo de la tibia muerte; quizás alguien que lo rescatara de su injusticia.
Se sentía inútil entre la gente que habitaba en el mundo. Se sentía como un grano de arena en el mar, uno más entre el montón.
Había perdido todo, hasta el sentido. De vez en cuando visitaba su mundo de cristal. A veces lloraba, otra veces reía sin motivo alguno.
Lo encontré hace unos meses, cuando volvía a mi casa luego de un dia de trabajo extenuante. Mi mirada se desvió hasta él, y no pude sacarlo de mi mente por el resto del dia. Pensaba en su soledad, en el sufrimiento que a algunos les toca vivir. Fue tal mi preocupación que al dia siguiente le llevé algo de comida y una frazada que nunca habia usado, por el simple hecho de que no combinaban con los almohadones. Que contradiccion.
Me miró como nadie lo había hecho jamás. Una mirada vacía pero compasiva. Me quedé unos segundos a su lado, por si quería pedirme algo más. Pero no lo hizo, lo que le llevé era más que suficiente para él.
Aunque el pesamiento de haber ayudado a alguien era fortalecedor, me fui con la mirada gacha. Sentí pena, pena por las personas que pasaban y no lo ayudaban. Me propuse llevarle más cosas al otro día. Y así lo hice.
Se hizo una costumbre, y los días que no volvía a mi casa por distintas razones, me sentía culpable y al otro día le llevaba más cosas.
Así pasó un mes. Él me fue entregando su confianza de a poco, con lo que descubrí parte de su pasado. El hombre había estudiado, trabajado y había formado una familia que ya no veía más. Cuál había sido su error. Nunca me lo dijo, se sentía avergonzado de haber cometido algo, un algo que lo dejó solo en todo sentido.
Hace mucho tiempo que no lo veo, un dia se fue, nunca volvió.
El callejon quedó vacio, lo único que dejó fue la frazada que no hacía juego con mis almohadones.